Ser invisibles, ser irreconocibles, desaparecer. Pasar inadvertidos. Una idea que no es casual que se nos presente ya desde la fotografía que ilustra la portada; dos personas que no son ellos, ni Cristian, ni Davis, y que podrían representar a Elisabet Vogler y su enfermera, a dos clientes anónimos del Café Lehmitz o a unos figurantes en la recogida del premio a alumnos del año. Así se entrega Escuelas Pías a su segundo álbum, conscientes de ser el centro de una fiesta en la que no se sienten cómodos y de la que rehuyen. Pon música ligera para un funeral y terminemos con esto. Huyamos como los protagonistas de Bande à part: haciendo algo no apropiado y con solemnidad.
Ese destino donde esconderse que aparece desde la primera canción, el perfecto puente entre Mapa espacial para personajes secundarios (publicado en formato CD-EP en mayo) y este segundo álbum de la banda, bien podría ser Júpiter, el mismo infierno o una clásica lavandería vacía en medio de la madrugada. Un lugar escondido donde nadie les pueda ver. Hasta que, de repente, algo cambia, suena un chasquido y las guitarras aparecen como no lo habían hecho antes, llenando el espacio como un gas se cuela por rendijas y recovecos. Me muevo o Agujero negro, los primeros adelantos del disco, son ese presente. Porque aquí la banda confirma lo que el EP previo ya adelantaba, que estamos en un momento de Escuelas Pías donde la vertiente shoegazing empieza a ganar la batalla a las referencias synthpop. Sin perder la querencia por la melodía perfecta, sí, pero abonándose a la física. Más Beach House que New Order, más Slowdive que Radio Dept., más Chromatics que OMD. Y también han acelerado el tempo. Abandonan la balada y, por momentos, incluso el medio tiempo para entregarse al ritmo, para invitarnos a bailar hasta que no se pueda más. Porque Cristian Y Davis pueden parecer esquivos, pero son conscientes de que Música ligera para un funeral es un paso al frente tan importante que incluso en sus letras te piden que formes parte de esta escapada hacia ninguna parte.
Entonces hay que dejarse llevar. Hay que gritar que sí, que esta vez el chico impopular se está llevando el gato al agua y que por fin nos han tocado buenos augurios en las Galletas de la suerte. Y alegrarnos porque eso es de lo mejor que nos va a pasar este año.
(texto por Manolo Domínguez)