DE CÓMO SE GESTÓ PODEROSA: PAMEMA & RUIDO
Fue en las vacaciones de Navidad del año pasado. El Lado Oscuro de la Broca alquiló una furgoneta para recorrer las profundidades rurales de la provincia. El objetivo: adentrarse en las costumbres populares, en el folclore tradicional. Después de un año sin componer, no hallaron mejor manera que buscar la inspiración en los orígenes y descifrar las raíces que constituyen su imaginario musical.
El Lado Oscuro de la Broca pertenece a la linde y al prado, alejados de Malasaña o el Gótico de Barcelona. Más cercanos a la partida de mus y al chupito de anís que a los gin tonics elaborados con menestra. Su creatividad nace en lo cercano y ellos redimensionan las vivencias para hacerlas trascendentes. A estas alturas ya descubrieron Internet, las bibliotecas y los mapas. Por eso, emprendieron el viaje.
Observaron matanzas con el aroma vintage de lo antiguo, con el cochino desangrándose mientras los varones de la casa brindaban con un vino casero. Sangre en la lumbre. Caras de sorpresa. Comprobaron que el tiempo es un concepto relativo. Comprendieron que la música forma parte de la cultura desde que el hombre es hombre: los niños canturrean, los pastores silban y las gallinas ofrecen su coro a primera hora de la mañana, junto a la gente que habla a voces con un acento musicalizado hasta el extremo.
Por las noches, en alguna casa rural alquilada a las afueras del pueblo, bebían vino y comían chorizo mientras anotaban en un cuaderno las ideas que nos habían surgido. Rubén sacaba una guitarra española del maletero e interpretaba melodías escuchadas horas antes. César golpeaba la mesa o el plato o lo que tuviera a mano para acompañar. El resto lanzaba versos al viento que traducían las vivencias.
La ruta avanzaba hacia Portugal y no importaba qué pueblo los acogiera ese día para encontrar un nexo común: las romerías. Aquellas gentes amaban las romerías. Contaban con detalle el fervor que sentían por una virgen o un santo o un trozo de madera sin significado aparente. Ofrecían fechas, anécdotas y coletillas. Les invitaban a visitar el pueblo el día grande, haciéndolos partícipes de una cultura que camina, despacio, hacia la desaparición.
Que un grupo de jóvenes llegara al pueblo a escuchar, a aprender, era para esa gente algo mágico, una suerte que llevaban esperando desde siempre. No entendían conceptos como Facebook o shoegaze, pero todos reconocían el rock, aunque fuese de oídas. Los más jóvenes se declaraban fans de Rosendo y Los Suaves, pero sobre todo de Obús, una vieja banda madrileña que causó sensación en los años 80 y que, por lo visto, allí se mantenía vigente.
A pocos kilómetros de Alabama descubrieron una dulce tonada que salía de un corral. Llamaron a la puerta. Una, dos, tres veces. Y nadie abría. Sólo una dulzaina desde las profundidades de la piedra vieja. Así que entraron como se entra en las casas de pueblo, por la puerta de servicio, como Pedro por su casa. Rodearon a José, un señor mayor que, lejos de asustarse, siguió tocando despertando las sonrisas de la banda. Después compartieron vino y pan casero mientras el hombre seguía tocando y explicando cada una de las canciones. Esta se llama Adelaida y se toca en fiestas. Esta es la Concha que es de Zamora. Esta no sé cómo se llama pero me la enseñó el tío Andrés, quenpazdescanse, antes de irse a las Vascongadas a trabajar. Éramos unos zagales.
Esa noche, La Broca ya tenía disco en la cabeza. Todavía no había letras más allá de algunos versos sueltos. No había estribillos. Ni melodías. Ni siquiera sabían que la inspiración les había llegado. Pero se intuía en las ganas de regresar al local de ensayo, de conectar las guitarras eléctricas, de encender los amplificadores. Las ganas de crear, que son muy diferentes de las ganas de tocar. Son unas ganas que tienen más que ver con la mística, con la hermosura de rascar y rascar hasta hallar algo que tienes dentro y que desconoces. Es proponer a los demás para que sean ellos quienes asuman tus ideas. Y empaparte con las del resto. Por ello, en este disco cuentan con la colaboración del escritor David Refoyo que pone uno de sus poemas al servicio del tema “Ardimiento”, y con la voz de María G. Mieres del grupo San Jerónimo en “Frenética”.
En Año Nuevo, última parada en pleno viaje de regreso. A escasos 20 kilómetros de Zamora El Lado Oscuro de la Broca vio la luz. Observaron el Zangarrón de Montamarta, un tipo con un atuendo estrafalario que persigue a los habitantes del pueblo golpeándoles con una fusta para espantar los malos augurios. Y eso es precisamente lo que La Broca buscaba: una fusta a lomos de las guitarras y sintetizadores. Un golpeo seco y directo que espantase los malos deseos y los transformase en música. Y la música en disco. Y el disco en historia, en una recapitulación de la tradición oral: ideas cruzadas, versos punzantes y la filosofía de que, desde el más recóndito lugar de la meseta, se pueden hacer oír.
Los siguientes meses estuvieron marcados por un incesante trabajo de composición y creatividad. Tardes de local probando sonidos, transformando vivencias que se convirtieron en disco. “Poderosa” es homenaje, es creatividad, es fiesta. Un disco ambicioso para el que repiten la fórmula de su anterior y primer disco, confiando nuevamente en la producción de Carlos Hernández y grabando en Studio B de Madrid.
El segundo disco de El Lado Oscuro de la Broca está llamado a marcar un estilo nuevo de hacer las cosas. A lo Max Power. Más rápido. Más fuerte. Más Broca.